La que se organizó fue tremenda. Grandes artistas e intelectuales franceses (¡hasta trescientos!) escribieron una carta en la que criticaban duramente semejante "inútil y monstruosa torre". En ella se le dedicaban palabras durísimas como estas:
«Esta lámpara de calle verdaderamente trágica» (Léon Bloy).
«Este esqueleto de atalaya» (Paul Verlaine).
«Este mástil de hierro de aparejos duros, inconclusos, confusos, deformes» (François Coppée).
«Esta pirámide alta y flaca de escalas de hierro, esqueleto gigante falto de gracia, cuya base parece hecha para llevar un monumento formidable de Cíclopes, aborto de un ridículo y delgado perfil chimenea de fábrica» (Guy de Maupassant).
«Un tubo de fábrica en construcción, un armazón que espera ser cubierto por piedras o ladrillos, esta alambrera infundibuliforme, este supositorio acribillado de hoyos» (Joris-Karl Huysmans).
Ahora, la Torre Eiffel es un monumento nacional: solo un pequeño plano en una película nos sitúa en Francia; muchos músicos han realizado conciertos en su base; y más de seis millones de turistas suben cada año a disfrutar de las vistas de París que se ven desde sus 300 metros de altura.
En estos tiempos en los que tendemos a demonizar lo nuevo o diferente, tal vez deberíamos pararnos a pensar con algo de perspectiva, aunque sea mucho imaginar, y pensar qué será dentro de cien años. A lo mejor nos sorprendemos de la capacidad de normalización y adaptación que tenemos...
Primer boceto de la Tour Eiffel. 1884 |
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