jueves, 12 de noviembre de 2015

Aprendizaje

Se habla estos días de la calidad de nuestros profesores, y de que se buscan planes para incentivarlos. Se está gestando un “libro blanco” con el que se propone unificar criterios y hacer un gran pacto de estado por la Educación. Ojalá lleguen a buen puerto, y, de verdad, alguien en las “alturas” piense que tal vez sea bueno tomarse en serio esto de formar a nuestros jóvenes.
Como suele ocurrir en estos casos, se acaba cargando contra el profesorado como el mal general que acosa a nuestros hijos, y todo se dirige a criticar, en general, uno de los pilares básicos de nuestra sociedad.
Sé, por mi experiencia, que hay muchos maestros y profesores, con una vocación especial para transmitir a los alumnos una serie de conocimientos (¡y de valores!) que no dejan nunca de aprender, de asumir nuevos retos y nuevas formas de enfrentarse a la formación de sus alumnos. Esta mañana, por ejemplo, una sesentena de ellos se reunían, con otros tantos alumnos, para aprender entre todos cómo hacer y gestionar una revista digital. Eso está fuera de las funciones básicas de un profesor de matemáticas, lengua o plástica, por poner un ejemplo. Pero son conscientes de cómo así pueden atraer la atención del alumnado para que amplíe sus conocimientos y sus ansias de aprender.
También existen casos como el de una maestra que me crucé el otro día, que acudió a un curso de música y, tras tres horas, salía agotada y aburrida. Pero sé que son de los pocos, y que están en claro proceso de extinción, entre otras cosas, porque sus compañeros y sus alumnos no hacen más que levantar el listón.
Yo estoy con y por la Escuela Pública, y con y por los profesores que transforman esta sociedad con su buen hacer.

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