jueves, 3 de diciembre de 2015

Vejez

Esta mañana, por la calle, una mujer que salía de un comercio me ha pedido ayuda. Era una anciana de edad avanzadísima, hecha una bolita, que, apoyada en un andador, pretendía cargar con tres bolsas con pan, una garrafa de lejía y no sé qué más. Pesaba un quintal. A mis preguntas, me ha contado que no puede con su rodilla, y que no, no vive sola, que está con su marido, enfermo de alzheimer y cáncer de pulmón. No tiene ayuda de ningún tipo salvo el botón de emergencias de Cruz Roja, y una chica que la ayuda con las tareas, pero que no le hace los recados. Al llegar al portal me ha pedido que le suba las bolsas al ascensor, mientras dejaba el andador en el portal y pretendía subir un montón de escaleras (es de esos edificios que el ascensor está como en un primer piso) con un “¡ay!” por escalón.

He recordado la noticia de la sanción por fraude que les han colocado a los “agüelicos” de Lorca por jugar al bingo de forma ilegal con partidas de a 10 céntimos el cartón. Y también de la imagen que, en campaña, claro, nos ha “regalado” nuestro presidente jugando al dominó con otros abuelos. Eso sí, en la mesa no había monedas.

Y pienso en las promesas de Rajoy respecto a la Dependencia, esa ley que ha reducido a migajas, mientras su padre vive con él en Moncloa, cuidado por personal de ése que pagamos todos.

Claro, ¡qué va a saber él de necesidades, de soledades, de angustias!

Es triste la vejez. La dejadez y el desprecio gubernamental deberían considerarse delito.

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