jueves, 18 de junio de 2015

Acosadores

Cuando unos padres salen de la consulta del psiquiatra de su hijo con un informe que diagnostica algo como “ansiedad en rango elevado por acoso escolar y exclusión social” se sienten como si hubieran sido agredidos ellos mismos, humillados y doloridos, especialmente si no había sospechas previas.
¿Qué pensarán los padres de un niño denunciado por acoso? ¿Se sentirán ellos mismos acosadores y sufrirán la desdicha de la víctima?
Estos días estamos escuchando muchos (¡demasiados!) casos de acoso e incluso violencia de género en el ámbito escolar, y a algunos se les calienta la boca pidiendo penas carcelarias para los violentos menores de 14 años, inimputables por ley.
Si los padres del acosador sufrieran el dolor de tener un hijo o hija enfermo hasta ese punto, seguramente las penas de cárcel no serían necesarias. Bastaría un tratamiento, digo yo, y acuerdos de peso entre padres, médicos y profesores. Pero si esos padres son los que se nos pegan con el coche en carretera, los que gritan fuera de sí en un partido de fútbol infantil, los que insultan sin mesura a todo lo diferente en aras de “su” libertad de expresión… ¿entendéis por dónde voy? El problema no es sólo de los niños, violentos o víctimas: somos lo que vemos, y tal vez debamos mirar más arriba.





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